¿Qué significa "amén"?


En nuestra vida diaria hacemos muchas cosas por rutina, y la "rutina" no es en mala en sí misma, sino que lo malo sería no preguntarnos porqué los hacemos... pues lo mismo sucede con lo que decimos. ¿Te has preguntado alguna vez qué significa la palabra "Amén"? Más allá de la respuesta rápida de "así sea". Pues ahí vamos!

"Amén" es una de esas palabras hebreas que utilizamos con mucha frecuencia, así como el Aleluya, al que ya hemos dedicado una entrada e incluso un vídeo didáctico: ¿Qué significa Aleluya?

La palabra Amén significa literalmente: verdad, y por su raíz tiene relación directa con la palabra fe (ver imagen superior). Aunque por su uso también se ha traducido en muchas ocasiones por: “así es, así sea, que conste”, como una fórmula de confirmación o asentimiento. 

En el Antiguo Testamento encontramos la palabra Amén con esta última acepción de "conformidad" en el libro del Deuteronomio (27,15-25) como respuesta a cada una de las 12 maldiciones que caerán sobre los que no cumplan la Ley:
Maldito el hombre que haga un ídolo tallado o fundido —abominación del Señor, obra de las manos de artífice— y lo coloque en lugar secreto. Y todo el pueblo dirá: Amén. Maldito quien desprecie a su padre o a su madre. Y todo el pueblo dirá: Amén. Maldito quien remueva los mojones de su vecino. Y todo el pueblo dirá: Amén. Maldito quien desvíe a un ciego en el camino. Y todo el pueblo dirá: Amén. Maldito quien viole el derecho del emigrante, del huérfano y de la viuda. Y todo el pueblo dirá: Amén. Maldito quien se acueste con la mujer de su padre, porque abre el lecho de su padre. Y todo el pueblo dirá: Amén. Maldito quien se acueste con cualquier bestia. Y todo el pueblo dirá: Amén. Maldito quien se acueste con su hermana, hija de su padre o hija de su madre. Y todo el pueblo dirá: Amén. Maldito quien se acueste con su suegra. Y todo el pueblo dirá: Amén. Maldito quien mate a escondidas a su prójimo. Y todo el pueblo dirá: Amén. Maldito quien se deje sobornar para quitar la vida a un inocente. Y todo el pueblo dirá: Amén. Maldito quien no mantenga las palabras de esta ley para cumplirlas. Y todo el pueblo dirá: Amén.
Otro ejemplo sería el del libro de Tobías (8, 4-8), ya que el Amén brota como respuesta de la oración que hacen Tobías y Sara:
Tobías se levantó de la cama y dijo a Sara: «Levántate, mujer. Vamos a rezar pidiendo a nuestro Señor que se apiade de nosotros y nos proteja». Ella se levantó, y comenzaron a suplicar la protección del Señor. Tobías oró así: «Bendito seas, Dios de nuestros padres, y bendito tu nombre por siempre. Que por siempre te alaben los cielos y todas tus criaturas. Tú creaste a Adán y le diste a Eva, su mujer, como ayuda y apoyo. De ellos nació la estirpe humana. Tú dijiste: “No es bueno que el hombre esté solo; hagámosle una ayuda semejante a él”. Al casarme ahora con esta mujer, no lo hago por impuro deseo, | sino con la mejor intención. Ten misericordia de nosotros y haz que lleguemos juntos a la vejez». Los dos dijeron: «Amén, amén». 
También en el libro de Judit (13, 18-20) encontramos la expresión Amén del pueblo tras la oración de Ozías:
«Hija, que el Dios altísimo te bendiga entre todas las mujeres de la tierra. Alabado sea el Señor, el Dios que creó el cielo y la tierra y que te ha guiado hasta cortar la cabeza al jefe de nuestros enemigos. Tu esperanza permanecerá en el corazón de los hombres que recuerdan el poder de Dios por siempre. Que Dios te engrandezca siempre y te dé felicidad, porque has arriesgado tu vida al ver la humillación de nuestro pueblo. Has evitado nuestra ruina y te has portado rectamente ante nuestro Dios». Toda la gente respondió: «¡Amén, amén!». 
Esta misma conclusión: «¡Amén, amén!» la encontramos en los salmos 41, 72 y 89.

Por último –en el Antiguo Testamento– encontramos la referencia a la palabra Amén en su sentido más literal: verdad, por ejemplo en el profeta Isaías (65, 15-16):
Dejaréis vuestro nombre a mis elegidos como un juramento: “Que te dé muerte el Señor Dios. Pero a sus siervos los llamará con otro nombre”. Quien sea bendecido en el país, será bendecido por el Dios del Amén, y quien jure en el país, jurará por el Dios del Amén, porque se olvidarán las angustias del pasado y quedarán ocultas a mis ojos».
En el Nuevo Testamento encontramos en numerosísimas ocasiones la palabra Amén. Es significativo su uso en los evangelios: en Mateo 31 ocasiones; Marco en 13; Lucas en 8 y Juan en 50. Es decir, entre los sinóptico y Juan suman más de cien ocasiones en las que Jesús pronuncia las palabras "Amén, amén..." para introducir una afirmación solemne, verdadera, subrayando la autoridad con la pronuncia lo que viene a continuación, que no es otra que la "Verdad" (Dios). Sin embargo, mientras que en griego y en latín se ha conservado la palabra hebrea (amén), en las traducciones al español de la Biblia se ha traducido por "en verdad":


Esta palabra heredada del Antiguo Testamento y, como hemos visto, empleada por Jesús, se introdujo también en la liturgia de la Iglesia primitiva, apareciendo en diversas fórmulas de alabanza a Dios (doxologías) que se encuentran en la Carta a los Romanos (1,25; 9,5; 11,35; 15,33; 16,27) en 2ª Corintios (1,20), Gálatas (1,5; 6,17), Efesios (3,21), Filipenses (4,20), 1ª Timoteo (1,17; 6,16), 2ª Timoteo (4,18), Filemón (1,25), Hebreos (13,21), 1ª Pedro (4,11; 5,11), 2ª Pedro (3,18), Judas (1,25) y por supuesto en la visión de Juan sobre la liturgia celeste en el Apocalipsis (1,6-7; 7,12; 22,20). En todas ellas se confirma y se expresa la confianza en el Señor.

En este último libro de la Biblia, el Apocalipsis (3,14), encontramos también el uso del Amén como nombre proprio que se identifica con Cristo: "Esto dice el Amén, el testigo fiel y veraz, el principio de la creación de Dios".

Por otra parte, en el principal texto del judaísmo rabínico, el Talmud (siglo VI), encontramos que interpretan la palabra Amén como un acróstico que significa: Señor, Rey, en quien confío.


En la actualidad nosotros decimos constantemente Amén en el contexto de numerosas oraciones  o aclamaciones uniéndonos con este asentimiento consciente y decidido al final. Sin ir más lejos, en una misa dominical, por ejemplo, respondemos Amén hasta en doce ocasiones:
  1. Saludo inicial
  2. Acto penitencial 
  3. Gloria
  4. Oración colecta
  5. Credo
  6. Oración de los fieles
  7. Oración sobre las ofrendas
  8. Doxología
  9. Rito de la paz
  10. Comunión
  11. Oración después de la comunión
  12. Bendición
Pero si tuviésemos que destacar algún "Amén" sobre otro en la celebración, estos serían:

A. Doxología: Después de la gran oración dirigida al Padre que es la Plegaria Eucarística se finaliza con una gran aclamación que  –cantada o recitada– es exclusiva del sacerdote que preside y los concelebrantes si los hay, a la cual asiente el pueblo de Dios con un solemne Amén al cual no se suma el sacerdote o sacerdotes concelebrantes (cf. OGMR 236). "Al final de la Plegaria Eucarística, el sacerdote, toma la patena con la Hostia y el cáliz, los eleva simultáneamente y pronuncia la doxología él solo: Por Cristo, con Él y en Él. Al fin el pueblo aclama: Amén", (OGMR 151). 




B. Comunión. Este "Amén" en respuesta a "El Cuerpo de Cristo" es un gesto de adoración ante el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, ya que “en la Eucaristía no es que simplemente recibamos algo. Es un encuentro y una unificación de personas, pero la persona que viene a nuestro encuentro y desea unirse a nosotros es el Hijo de Dios. Esa unificación sólo puede realizarse según la modalidad de la adoración” (Benedicto XVI, Discurso a la Curia romana, 22 de diciembre de 2005).

Para finalizar quizás sea importante recordar que después de la Oración del Señor Padre nuestro no se dice Amén, ya que el Padre nuestro dentro de la Misa tiene una estructura muy concreta: Invitación / oración (sin amén) / embolismo / doxología: "el sacerdote hace la invitación a la oración del Padre nuestro y todos los fieles, juntamente con el sacerdote, dicen la oración sin decir Amén porque el sacerdote, nuevamente solo, prolonga la Oración del Señor añadiendo el embolismo (líbranos de todos los males, Señor, y concédenos la paz en nuestros días...). El embolismo que desarrolla la última petición del Padre nuestro pide con ardor, para toda la comunidad de los fieles, la liberación del poder del mal. A esta petición el pueblo responde concluyendo con la siguiente doxología: Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria, por siempre, Señor (cf. OGMR 81). De ahí que lo recomendable es cantar solo el texto de la propia oración como lo indica el Misal y no otros que interrumpe la dinámica propia de este momento añadiendo o quitando elementos en la celebración.









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